Cavendish en la tempestad

viernes, 18 de julio de 2008


168'5 kilómetros entre Lavelanet y Narbonne con algunas cotas de cuarta categoría eran el menú de la decimosegunda etapa del Tour de Francia. 168'5 convulsos kilómetros, agitados externamente por la oleada mediática (que no marea, ya que no es uniforme) derivada de las tristes historias e histerias de dopaje surgidas en la última semana. Ayer le tocó el turno al polémico Riccardo Ricco' y, con ello, aconteció la retirada colectiva de todo el Saunier Duval.

Algo parecido a lo que está sucediendo con un Barloworld al que parece haberle mirado un tuerto desde el positivo de Moisés Dueñas. En dos días se han retirado tres de sus ciclistas: el colombiano Félix Cárdenas y el italiano Paolo Longo Borghini cayeron el miércoles, mientras que el australiano Baden Cooke se fue ayer por la puerta de atrás de un Tour en el cual no se le ha visto. Esta mala racha se une al infortunio de Mauricio Soler ya no en las primeras etapas del Tour, sino en toda la temporada. Sólo quedan en la carretera por parte de la estructura dirigida por Claudio Corti cuatro corredores: los sudafricanos John-Lee Augustyn y Robert Hunter, desaparecido el primero por su inexperiencia y el segundo porque sencillamente no está andando, el anglokeniano Chris Froome y el italiano Giampaolo Cheula. Está en sus piernas adecentar el balance final de equipo.

La escapada del día la formaron los franceses Samuel Dumoulin (Cofidis) y Arnaud Gérard (Française des Jeux). Dumoulin, ya triunfante en el Tour, adoleció un poco de honradez en los relevos; Gérard tuvo la misma inocencia que tenía cuando fue campeón del mundo juvenil y llevó el peso de la escapada. Cuando iban a ser cazados prematuramente a cuarenta de meta saltó por detrás el navarro de Euskaltel Juan José Oroz. Oroz, ciclista de fortaleza y tesón, con un perfil atípico respecto al resto de corredores del equipo vasco (y no sólo en lo físico), cazó rápidamente a la fuga y le dio un nuevo impulso. Así, sobrevivieron en cabeza de carrera treinta kilómetros de fuga y sufrieron los impertinentes ataques de Dumoulin hasta el último momento.

Llegó el sprint final, el verdadero espectáculo de la etapa aunque la lucha contra el dopaje depare un cabaret. El trabajo corrió a cargo de un Milram que, ante la falta de algo mejor, sigue confiando en el vetusto Erik Zabel. Fue otro veterano, Robbie McEwen, el que se dejó ver cuando el poderoso Columbia cogió el testigo de los germanos; posteriormente no consiguió ni entrar en el top 10. Y es que en la volata el panorama cambió: Cavendish triunfó de manera tan aplastante como en todos sus sprints ganadores de este año, mientras los dos contendientes en la lucha por el maillot verde (Freire y Hushvod) demostraban una falta de punch llamativa. Tercero fue uno de los sprinters desaparecidos, Francesco Chicchi (Liquigas); segundo, un francés que se coló entre los mejores al estilo de los Nazon, Sébastien Chavanel (Française des Jeux).

Aunque, bien pensado, todo esto dio igual. Mientras acontecía, estábamos pendientes de la podredumbre del ciclismo.

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