En Hautacam subió a los cielos

lunes, 14 de julio de 2008

Recordando la hazaña de Javier Otxoa
12 de Julio, Arueda.com

Se llama Javier Otxoa y ahora tiene casi 34 años. Corre en el llamado ‘ciclismo adaptado’, patrocinado por la firma Saunier Duval. Sigue en la bicicleta, en aquel deporte que le dio todo, que le llevó a las portadas de los periódicos un 10 de Julio de 2000 y le arrebató todo su ser el 15 de Febrero del año siguiente.


Aquel día, ése 10 de Julio, se llegaba a Hautacam. Un puerto de pendientes constantes y elevadas. Un puerto de diecisiete kilómetros, situado muy cerca del famoso Santuario de Lourdes. El templo de los milagros.

El Tour había llegado dos veces más a Hautacam. La primera, en 1994, fue una victoria de Luc Leblanc consentida por el gran jefe Indurain. La segunda, en 1996, fue lo inverso: Bjarne Riis ganó todo lo ganable aquel día, afianzó su maillot amarillo y ridiculizó a Miguel Indurain, al que aún le quedaba por sufrir la terrible etapa de Pamplona. Terrible porque fue su funeral deportivo.

Pero este Tour era el de 2000. Era el segundo Tour de la era Armstrong, un Tour movido debido a la falta de un dominador: ni en las llegadas masivas dominaba nadie de manera manifiesta, ni el equipo del líder era realmente fuerte como para controlar completamente la etapa. Jan Ullrich (Telekom), Marco Pantani (Mercatone Uno) y el propio Lance Armstrong (US Postal) eran los grandes aspirantes a la victoria final. En la sexta etapa, una fuga bidón llevaba al italiano de Telekom Alberto Elli a vivir uno de sus momentos de máxima gloria deportiva: se hizo con el maillot amarillo. Su escuadra no puso mucho ahínco en defenderlo: dos fugas llegaron a buen puerto durante las tres etapas que Elli portó el liderato a sus espaldas con esperanzas reales de mantenerlo. A la cuarta llegó Hautacam; y no hubo nadie que lo defendiera, la carrera quedó sumida en el descontrol…

205 kilómetros entre Dax y Hautacam. Los primeros cien, relativamente llanos; los otros incluían, de un tirón, Marie-Blanque, Aubisque, Soulor… y la gran llegada a Hautacam. La tónica de la etapa fue el movimiento: sin nadie que mantuviera el orden, todos atacaron. En el kilómetro 50 se fueron por delante el inefable, hipercombativo, Jacky Durand (Lotto), el belga Nico Mattan (Cofidis) y el enorme Javier Otxoa (Kelme).

Por aquel entonces se llamaba Javier Otxoa, tenía 25 años y casi cuatro de experiencia profesional. Competía en el añorado Kelme – Costa Blanca, equipo de escaladores. Vizcaíno, gregario, sólo iba al Tour para trabajar; de hecho, sólo atacó para "preparar el terreno" a Escartín y Heras, sus jefes en la segunda experiencia que vivía en la ‘Grande Boucle’.

Hizo, hicieron, camino por los difíciles ‘cols’ pirenaicos mientras por detrás se formaban mil y un grupos. Santi Botero, Jon Odriozola, Pascal Hervé… nombres de nostalgia que atacaron, infatigables, para intercalarse en caso de que uno de sus líderes decidiera arrancar desde lejos en algún punto de la travesía. Mientras, por delante, Otxoa y Mattan dejaban atrás a Durand. La montaña no era el terreno de aquel entrañable francés que alcanzara a ganar Tour de Flandes y París – Tours.


Hasta 17 minutos de ventaja llegaron a acumular, aunque en el Aubisque apenas eran 10. Por detrás, un grupo de favoritos se organizó para llegar hasta ellos. ‘Chaba’ Jiménez (Banesto), Roberto Heras, Fernando Escartín (Kelme), Joseba Beloki (Festina), Mario Aerts (Lotto), Richard Virenque y Pascal Hervé (Polti). Unos minutos delante suya, intercalados, dos imberbes llamados Santi Botero (Kelme) y Paco Mancebo (Banesto) iban lanzados a por todas. Después pararon a esperar a sus respectivos líderes y tirar de ellos en el breve tramo llano que había entre el descenso del Soulor y el comienzo de Hautacam.

¿Y Armstrong? ¿Y Ullrich? ¿Dónde estaba el pirata Pantani? No habían sido tan intrépidos, se habían quedado sin gregarios y esperaban que la situación la arreglara Guerini (compañero de Ullrich en Telekom), que trabajó solo durante kilómetros. Por aquel entonces, Lance no tenía un equipo sólido tras de sí: era la época de los ‘exploradores’ Hamilton y Livingston, apenas nimiedades comparados con los grandes ciclistas que más adelante tuvo Lance a su disposición.

Se llegó a la subida final. El grupo intercalado, ese de los favoritos de segunda fila, se había quedado sin gas. El grupo delantero, la escapada, se había quedado conformado por un solo hombre que movía plato pequeño y el piñón más grande: Otxoa. El grupo de los gallos era un corral que se revolucionaba.

Y de ese corral echó un gallo a volar, inverosímil, a solamente siete kilómetros de la llegada. Lance Armstrong. Reventó a Pantani, que osó intentar seguirle y lo pagó con cinco minutos de desventaja en meta. Un kilómetro después estaba en el grupo intermedio. Al siguiente, con solo cinco por delante, tenía por única compañía al genial ‘Chaba’ Jiménez; y, como único factor en contra, los seis minutos de ventaja que atesoraba el extenuado Javier Otxoa.

Pasó otro kilómetro, Lance volaba y dejó al Chaba. Otxoa seguía dando pedales y, según el mismo, “no llegaban las pancartas”. Cada mil metros equivalían a un minuto limado, a más castigo para el cuerpo de ambos ciclistas, aunque especialmente para el vizcaíno. Aunque no pudo ser para Armstrong, que no pudo ganar el día de una de sus grandes exhibiciones. Tras seis horas y diez minutos de pedaleo…

… Javier Otxoa culminó su odisea, ganó la etapa y se ganó el recuerdo de muchos aficionados al ciclismo, de muchos españoles que aquel día sufrimos y vibramos con una persecución intensa y exasperante. Emotiva; épica y milagrosa, precisamente cerca de Lourdes.

Después, su carrera profesional se convirtió en tragedia cuando un coche le atropelló en Málaga junto a su mellizo y compañero de equipo Ricardo, que perdió la vida. Javier se quedó paralítico cerebral, se temió que vegetal. Pero siguen estando juntos, cada pedalada que sigue dando Javier lleva el recuerdo de su hermano Ricardo. De alguna manera, la bicicleta ha conseguido que Javier y Ricardo Otxoa sigan estando juntos, aunque por vías meridianamente distintas. Porque, gracias a la bicicleta, ambos subieron a los cielos.

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